imageHago un nuevo salto en las crónicas, trastocando la temporalidad lineal en la narración del viaje, ahora quiero escribir sobre Lima. Llegamos el 31 de julio vía Chincha y El Carmen. Estuvimos ahí donde nos encontramos con Pablo. El Carmen es un tranquilo pueblo donde negros esclavos fueron llevados a trabajar en las haciendas de algodón. Actualmente la Hacienda San José tiene un hotel adentro y visita guiada a 20 soles. Nos perdimos el momento en el que el pueblo se moviliza con la llegada de las fechas vinculadas a la independencia del Perú (son cuatro días de feriados que cierran el 28 de julio). Pero cuando llegamos había vida cotidiana; la gente iba, como en estos lugares, a otro ritmo.

En Lima decidimos quedarnos en el barrio Pueblo Libre, es tranquilo y queda cerca del campus de la universidad católica, es bonito para caminarlo. Era mi segunda llegada a la ciudad y volvía a asombrarme con sus inmensas dimensiones. Buses y vanes a Miraflores, al centro histórico, etc. Las nuevas calles y coordenadas para escuchar los anuncios desde los buses y vanes serán «Abancay», «todo Brasil», «Ugarte», «hospital», «La marina», que se le sumarán a las clásicas «pasaje, pasaje, amigo», «pasaje señorita», «baja, baja, baja».

La primera noche planeamos salida nocturna. A Pablo le pasaron el dato de una peña. El conductor de la van que tomamos demostró grandísimas habilidades en el manejo: sorteo en poquísimos minutos un embotellamiento en el ovalo Bolognesi donde termina la Avenida Brasil. Hasta diría que fue el participe necesario para que esa maraña de autos y buses se desenrede. A los gritos, a los bocinazos y subiendosé arriba de la plaza, a las risadas. Un grosso! Luego de esa travesía, metropolitano -lo más occidentalizado del transporte público junto con el metro- que nos dejó cerca a la parranda «La Peña del carajo». Pisco, tarjeta, animador-showman momento en el escenario para reírse de los extranjeros y finalmente pista de baile.

Algo más sobre las andanzas y errancias por Pueblo Libre las escribió -algo machucado- Dani en su perfil de Facebook: hurto en el hostel, denuncia, burocrateada en la comisaría, cartel que anuncia que «tiempo que se pierde, verdad que huye», pantalla porno que salta a la vista de los polis, los denunciantes y el administrador del hostel, comentario alusivo de un política que se hizo cargo, trámites…image

Pero justo el lunes 4, cuando ya llevábamos un par de días en Lima y los circuitos que veíamos haciendo ya los iba asimilando como familiares, me encontré con Antonio. ¿Por qué Antonio? ¿Por qué provocar un cruce con él? Este viaje además de andar por el Cusco, además de ir a los museos de Lima, además de asistir al Congreso de Alaic, tenía como propósito conocer a ciertas prácticas que activan desde la producción cultural. Acciones y actores que se preguntan por el arte, por los espacios de la ciudad, por las periferias, por la acción colectiva. Antonio integra DMJC (dedos manchados en la jungla de cemento), una conocida crew de graffiteros de Lima que lleva más de 15 años interviniendo en la ciudad y además él es organizador del encuentro Alegrarte que busca llevar el graffiti a barrios vulnerables de Lima. Plantea que él no es el creador, sino que el Alegrarte «me encontró a mi, yo soy el vínculo para que se haya creado».

Nos encontramos. Hablamos largo rato. Fuimos de acá para allá por toda la ciudad, por muchas las Limas. Casi nunca nos quedamos quietos. Hice preguntas, charlamos, conversamos, intercambiamos posturas, grabé gran parte de la charla. Pero no era una entrevista tradicional y estructurada. La etnografía no conoce de momentos y tiempos formales y pautados, pero si conoce de moverse por la ciudad y de compartir unas birras y otras cosas.

Hagarramos el auto y le dimos. Me llevó al barrio Pamplona Alta. Graffitero, gestor y articulador apasionado por lo que hace, lleno de inquietudes y preguntas. «¿Por qué no se puede hablar de arte acá?», «¿Cómo no hacerlo?», «¿Cómo hablarle de arte a la gente?», «¿Cómo hacer un trabajo de comunicación acá?» se y me preguntaba Antonio mientras subíamos bien alto en Pamplona, cuando la claridad del sol se desvanecía y dejábamos el auto atrás. Es un cerro lleno de casas humildes -maderas, chapas, algunas de material, donde no llega al agua de red- y repleta de gente. Pamplona es un barrio de Lima que fue poblado, como muchísimos lados en América Latina, por luchas populares que ocuparon terrenos y se asentaron en las «periferias» de las grandes urbes. Allí se realizó la última edición de Alegrarte en diciembre de 2013. Su contacto se dio vía los comedores populares del barrio. Este el el lugar que Antonio eligió para intervenir y seguir. Para ello sus tópicos son «subir, hablar, convencer, tratar, experimentar».

image«Es tranquilazo» me animó Antonio. Nos apuramos a sacar algunas fotos del barrio y otras mirando desde ahí a la inmensidad de luces que se abría. Hablamos con Rosalía, una seño que coordina uno de los comedores. Nos comentó que estaban arreglando las escaleras y que el Alcalde hace meses que no les da los alimentos. «Dice que no hay providor, dice que hay una empresa nomás, no hay más», comentó. Nos contó que con lo que tienen se las están arreglando, siguen. Sobre las pintadas que se generaron en el barrio la seño dijo una frase contundente que nos quedó picando para el resto de nuestra charla: «da vida».

Casi sin preguntarme Antonio me llevó hacia otra Lima. Estábamos en un lugar en donde cualquier limeño medio nos preguntaría por qué nos fuimos allí.

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